La peste negra o bubónica ha sido la pandemia más cruel y devastadora que ha tenido la historia de la humanidad. Durante la Edad Media, se sabía que se transmitía mediante una pulga alojada en las ratas; periodo en el cual, las medidas sanitarias o higiénicas en realidad, no existían. Las fuentes indican que la peste llegó a terminar con la vida de más de 20 millones de personas, para una población aproximada de cerca de 100 millones de personas en Europa y el Cercano Oriente.
Esta epidemia llegó a Chile a comienzos del año 1903, proveniente de Buenos Aires y Asunción, ciudades que ya estaban siendo azotadas desde comienzos del siglo XX. Así, en mayo, ya se individualizaba, sin saber, el primer caso en Iquique. La peste hacía su ingreso a la ciudad portuaria, por medio del barco Colombia procedente de San Francisco, el cual había hecho una parada en el puerto de Callao. Ésta situación facilitó el ingreso de ratas infectadas a bordo. En junio, la muerte del primer infectado ratificaba el diagnóstico: era la “peste negra”.
Reafirmada la peste por el gobierno, se instauraron las medidas de control sanitario como la adecuación del lazareto y de la casa de aislamiento, la organización de servicios de desinfección, la sensibilización de la población sobre la enfermedad y la instalación de laboratorios para su estudio. Fue así como la epidemia llegó a su fin en septiembre, con una mortalidad del 64 % en los 214 casos comprobados, en una población total estimada de 30.000 habitantes. La enfermedad se estancaba, más por factores climáticos, que por la efectiva acción humana.
Hacia finales de 1903, la peste llegó a Valparaíso. Fue confirmada bacteriológicamente por Marmeto Cádiz Calvo y, posteriormente, controlada nuevamente por el doctor Del Río, evitándose su propagación a la ciudad capital de Santiago. A pesar de esto, la enfermedad reapareció en estas dos ciudades y se presentaron nuevos casos en otras como Arica, Viña del Mar y Santiago, entre 1907 y 1916, periodo en el cual se destacó la labor de Ricardo Dávila Boza en la vigilancia epidemiológica.
El último reporte de la enfermedad en Chile correspondió a un caso de peste bubónica de la forma septicémica en 1941, comunicado a la Sociedad Médica de Santiago.