Gabriela Mistral fue la primera hispanoamericana en recibir el premio Nobel de Literatura en 1945. Nacida en un humilde hogar de Vicuña, la maestra se convirtió en una de las mayores exponentes y referentes de la poesía universal. Al igual que su padre, un maestro de escuela, ella tomará la vocación de enseñar, asumiendo esta noble labor a los 15 años y continuándola en Santiago al cumplirse el Centenario de la Independencia de Chile.
De ella, se han escrito cientos de libros y se han contado muchas historias, pero es posible que ésta sea una de las pocas que se ha mantenido en un misterioso anonimato.
Por motivos difíciles de precisar, muchos literatos y poetas pulularon por tierras chimberas. La bohemia, el desamparo y la misma pobreza material, quizás fueron elementos de encanto o inspiración de much@s de ell@s. Pablo Neruda, José Santos González Vera, Pedro Antonio González, Fernando Alegría y tantos otros, vivieron, visitaron o tomaron como objeto de su estudio, el norte del río Mapocho, como antes, ya había plasmado en sus versos Sor Tadea de San Joaquín.
La relación de Gabriela con este territorio es circunstancial. Tal cual nos indica la historiadora del arte Isabel Cruz Amenábar en su texto “Agnosticismo y “conversión” en la escultora Rebeca Matte Bello”, durante la segunda década de los veinte, en un verano, pasará unos días en una quinta al otro lado del Mapocho; un paraje que la invitaba a caminar por una avenida de castaños. Este paseo la llevó a encontrarse con una dama en calle Los Nidos – en la casona que los Matte tenían en la chacra de Lo Sánchez- lugar donde residía la madre de la escultora Rebeca Matte quien pasó sus días enferma y confinada en la casona de calle Lo Nidos, una arteria perpendicular a la arteria principal, Independencia.
Esta anécdota la acercará a Rebeca, la primera escultora nacional, a quien buscará en Fiésole, Italia, cuando Gabriela era cónsul en la década de los treinta. La inquietud de esa escena y aquel encuentro quedarían en su memoria.
Es probable que, con los años, más de una década después, la para entonces, Premio Nobel desde 1945, recordará sus paseos veraniegos por el norte de la ciudad, al leer las cartas redactadas de puño y letra por los alumnos del recién inaugurado Liceo Experimental en honor a su persona.
Es así como, a poco de recibir el máximo galardón a las letras, el estado chileno inaugurará el Liceo inspirado en la oriunda de Vicuña. Desde el comienzo, los alumnos, valorarán el nombre de la escuela, considerando a la poetisa como fuente de su inspiración. De tal manera, será parte habitual de recreaciones, obras de teatro y espacios para estudiar su obra.
Los jóvenes veían en ella un modelo a seguir y en tanto tal, su quehacer muchas veces se cruza con el de la Premio Nobel, pero sus afanes van más allá y se atreven a escribirle varias cartas; epístolas que cruzan miles de kilómetros y vuelan hasta la casa adquirida en Santa Bárbara, California, residencia que adquiere con parte del dinero del Premio Nobel.
Es desde allí que la autora de “Piececitos” responde los estudiantes, probablemente, haciendo una pausa a la elaboración de su obra “Lagar”. Leerá, con sorpresa y alegría las cartas hechas con gran prolijidad por pequeños jóvenes, en éstas se habla de admiración, de bondad y de fuente inspiradora.
Le rinden homenaje en cada frase y la recuerdan en su aniversario, le solicitan fotos a la distancia. En tanto, Gabriela les ofrece semillas de California y les pide continuar la correspondencia.
Dichos encuentros epistolares hoy son el registro que da cuenta de una bella historia que el Liceo Gabriela Mistral, guarda en sus vitrinas. La restaurada carta es uno de los tesoros más preciados que se preservan de la poetisa, la misma que alguna vez caminó sin prisa por las calles de la Chimba.