Concurso de Fotografía y Relato Patrimonial
Mención honrosa, categoría antes del 2000
Autora: Dayenú Meza Corvalán
Las memorias de la Población Nueva Esmeralda, las tierras de nuestra Eva Mitocondrial, se escriben con la misma pluma con la que García Márquez escribió realismo mágico latinoamericano.
Corría 1954 cuando llegaron mujeres de distintos sectores de Santiago norte a enterrar estacas al Fundo Esmeralda, una de ella fue mi abuela.
Con los años ese terreno, pasó a llamarse Población Nueva Esmeralda y se convirtió en una especie de Macondo lleno de Úrsulas Iguaranes. Una de ellas, fue mi abuela, quién entre la maleza y el transporte de vasijas con agua, comenzó a construir con sus propias manos la historia de una familia eterna.
Como Úrsula Iguarán, mi abuela, trabajó muchas veces en silencio con su voluntad indómita y su energía sin límites, levantándose al alba y acostándose cuando nadie la veía. Logró que la vida floreciera entre tanta hambruna y penuria, trabajando en el lavado de ropa ajena para dar techo y el pan necesario a sus hijos e hijas. Allí les crío a ellos y a ellas, pero también a la tracalada de nietos y nietas que vinieron con los años.
Bajo el Parrón de la casa de abuela, todos y todas las nietas jugamos. Hicimos funerales a nuestras mascotas, armamos casas con frazadas, bautizamos a nuestras muñecas, dimos de comer pasteles de barro y plantas a nuestras primas. Caímos en la calle de tierra, rompimos nuestros codos y rodillas, para esperar un ungüento de ajo y miel, que luego de horas al sol nos cicatrizara las heridas. Esperamos la llegada de nuestro tío mayor, el único que tenía auto a mediados de los 80’. El encuentro de los primos y las primas, domingo a domingo, semana a semana o mes a mes nos hizo reír, llorar, comer, correr, saltar y la vida nos valió la alegría. Todo eso, bajo la batuta de una mujer bajita, que trabajaba como una hormiga la mayor parte del tiempo: mi abuela Irma.