Desde la temprana Colonia, escritores, cronistas y viajeros destacaron al Río Mapocho como principal fuente de regadío de la ciudad y el testigo apacible de la vida santiaguina, cariz que, sin embargo, se transformaba ante la inclemencia de sus desbordes. El devenir del caudal, fue muchas veces registrado por la pluma de distintos escritores, quienes relataron el devastador comportamiento del Río. La “Avenida Grande” ocurrida en 1783, fue plasmada por Sor Tadea García de San Joaquín, quien relató los trágicos avatares de la inundación, dando inicio, por entonces a la literatura femenina en este territorio. Un fragmento del texto narra:
“Juzgo que del Firmamento
llover Océanos hizo
para nuestro sentimiento,
pues de este modo se hacía,
más caudaloso y violento,
el gran Mapocho, que corre,
a la frente del Convento,
el cual compitiendo ya,
con rápido movimiento,
con Evros y Mansanares».
Con el advenimiento del siglo XX y tras la canalización del Mapocho, la caja del río – consignó la literatura-se convirtió en refugio y vivienda de niños vagos que allí se asentaron. Lautaro Yankas en su libro “Rotos” y Alfredo Gómez Morel en “El Río”, narraron las crueles experiencias de la infancia en el cauce, las relaciones de jerarquía allí generadas, el delito, la soledad. El Mapocho daba la posibilidad de vivir fuera de la ley, en constante transgresión y por último, en libertad. No hay reglas, salvo las que la misma palomilla brava determinara. Gómez Morel fue concluyente al decir:
“El río tiene una antesala: el cauce. Allí viven los niños que por cualquier razón abandonan su hogar y al ir al río se asustan tanto que éste los rechaza. Sólo robando podrían quedarse en él, pero esto los atemoriza. Ningún río que se respete da albergue a chicos honrados”
La jornada delictual debía ser exitosa, para volver al amparo del río. De ser así, cuenta Yankas: “el muchacho trepa a su albergue como un vencedor, con su caballo al brazo. Se acomoda sobre las planchas interiores, ablandadas con sacos y papeles, pone el caballo a su lado, y su brazo lo defiende, le da sensibilidad alerta”.
El aura criminal que alojaba el río se combinaba con los basurales, miseria y total insalubridad, aspectos que lo convertían en la vivienda más precaria posible. Pablo Neruda en su “Odas de invierno al Río Mapocho”, refrendó esta visión:
“Río Mapocho, cuando la noche llega
Y como negra estatua echada
Duerme bajo tus puentes con un racimo negro
De cabezas golpeadas por el frío y el hambre
Como por dos inmensas águilas, oh río,
Oh duro río parido por la nieve,
¿Por qué no te levantas como inmenso fantasma
O como nueva cruz de estrellas para los olvidados?”
En tanto, el poeta y novelista Victor Domingo Silva compartió esta perspectiva, en que se advertía una simbiosis entre los márgenes urbanos, la precariedad y el río:
«Bajan hasta ti, indiscretos
Los rumores del suburbio.
Flotan por tu lecho turbio
Andrajos, vísceras, fetos…
¡Ay! Y hasta los parapetos
Que tus márgenes oprimen,
Llega a pensarse que gimen
Cuando ven llenarse el agua
Con las vergüenzas que fragua
Entre las sombras del crimen».
Por otra parte, la escritora Nona Fernández, en su libro “Mapocho” nos muestra una faz distinta del Río, rememorando un doliente recuerdo: los muertos arrojados al Río durante la dictadura militar.
“Apenas alcanzamos a dar uno pasos. Dicen que de una sola ráfaga nos botaron a todos. Nuestros cuerpos quedaron tirados en el Mapocho. Cada miembro del equipo con unas cuantas balas metidas adentro. Con los uniformes ensangrentados, las camisetas cochinas de pólvora y mugre. Ahí quedamos, a merced de los perros, de las ratas y de las aguas cochinas».
Con todo, la caja del río pareció siempre para la literatura, una frontera simbólica y natural, donde el desconocimiento y opacidad, causaba cuando no temor, al menos distancia entre el resto de los habitantes de la ciudad. Teófilo Cid esgrimió: “No podemos avanzar más allá del Mapocho fronterizo que nos demarca las precarias condiciones del medio, a menos que se ensaye una modificación radical de nuestra psicología”. Constata, que, a pesar de haber sido ordenado y encauzado, mantiene su espíritu esencial y primigenio, el que Carlos Franz retrata a cabalidad: “el taimado, el turbio, el impredecible Mapocho, escinde las diferentes versiones de nuestra identidad en hemisferios separados”.
*También han escrito sobre el Río Mapocho, Sady Zañartu, Daniel Riquelme, Justo Abel Rosales y el poeta mexicano Enrique Díaz Canedo, entre otros autores.