Durante el proceso de selección de nombres para las estaciones de la línea 3 del Metro de Santiago, los estudiantes de medicina de la Universidad de Chile destacaron de inmediato el nombre de Eloísa Díaz para la estación cercana a su facultad. Aunque esta sugerencia inicial no se materializó y se optó por el nombre «Hospitales», en referencia a la arraigada tradición hospitalaria del área, la idea siguió resonando en el imaginario colectivo. Finalmente, el tributo a esta destacada mujer se concretó en una plaza que lleva su nombre, diseñada por la Municipalidad de Independencia, junto con una placa que inmortaliza su rostro. No obstante, es innegable que se trata de un homenaje que no le hace honor a la importancia que tiene esta mujer para la historia del país.
Eloísa Díaz tenía 15 años cuando decidió enfrentar a una comisión (entre quienes estaban el propio historiador Diego Barros Arana) que la examinaría para ingresar a la educación superior. Eloísa era la primera mujer en rendir estos exámenes.
Apenas unos años antes, Miguel Luis Amunátegui, ministro de Instrucción (hoy sería ministro de Educación), había firmado un decreto de ley que le otorgaba a las mujeres el derecho de rendir exámenes de ingreso a la educación superior considerando que “conviene estimular a las mujeres a que hagan estudios serios y sólidos” (Decreto Amunátegui, 1877). Por cierto, pese a que la iniciativa lleva el nombre del ministro, lo cierto es que fue fuertemente impulsado por las mujeres que lideraban los movimientos feministas de la época, en particular, varias profesoras.
Al ser la primera, el impacto social que generaba la imagen de una mujer ingresando al bachillerato alcanzó incluso a la prensa, quienes expectantes, señalaban: “El Claustro Universitario presentaba anoche una animación que no es frecuente en ese angosto recinto de la ciencia. Por primera vez en Chile, figuraba entre las aspirantes al Bachillerato en Humanidades, un estudiante del sexo femenino, y tanto la novedad del hecho como la curiosidad despertada entre los alumnos de la sección universitaria, habían logrado atraer una numerosa concurrencia a la sala de examen” (El Ferrocarril, 12 de abril de 1881).
De ahí en más, se convirtió en la primera mujer en ingresar a la carrera de medicina. Ser mujer y ser primera, requería demostrar su valía. Asistía a todas sus clases acompañada de su madre y debía demostrar permanentemente que ese lugar le pertenecía.
Eloísa Díaz fue la primera, de seis mujeres que se titularon de médico-cirujanas a fines del siglo XIX, pero no sólo eso, también fue la primera mujer en obtener grados académicos y un título profesional en Chile, y por cierto, en toda Latinoamérica. La propia Eloísa Díaz, señalaba la importancia de dar espacio a las mujeres para estudiar en su tesis de grado al decir que “Por otra parte, siento al reconcentrarme íntimamente que no he perdido instruyéndome y que no he rebajado mi dignidad de mujer, ¡ni torcido el carácter de mi sexo! ¡No! La instrucción, como muchos pretenden, no es la perdición de la mujer: es su salvación” (Eloísa Díaz, 1887).
Esa idea sobre la importancia de la educación la convierten en pionera nuevamente cuando, en 1898 asume el cargo de Médico Inspector de Escuelas Públicas de Santiago. Desde este espacio, Eloísa Díaz promovió la vacunación obligatoria y diseñó una serie recomendaciones que deberían tener las escuelas para ser consideradas higiénicas.
Por supuesto, esta idea de la higiene era tan necesaria como liberal. Se trataba del resultado de una corriente de pensamiento que se centraba en la salud de las clases populares, atendiéndolas como sujetos de derecho e invitando a la formulación de políticas públicas que pudieran disminuir las brechas con la aristocracia, al menos, para alargar la esperanza de vida, disminuir la mortalidad infantil y reducir las enfermedades contagiosas.
Es por esta razón que, cuando el empresario cervecero Andrés Ebner decide importar la receta para la famosa bebida gasificada Bilz, a la doctora Eloísa Díaz se le hace muy interesante. La llegada de esta gaseosa coincide con la dura enfermedad que afecta al propietario de la cervecería quien la adquiere como una alternativa de bebida sin alcohol. Tal como se puede observar en la nota del periódico El Diario Ilustrado, publicada por la doctora Eloísa Díaz “como esa bebida no contiene alcohol, la he indicado a personas que padecen dispepsias y la han soportado perfectamente. La juzgo higiénica y muy agradable y felicito a usted por haber introducido en nuestro país una bebida anti alcohólica que alejara de nuestro pueblo el perjuicioso vicio de la embriaguez” (El Ilustrado, 1907).
En pocas palabras, la bebida era tan buena para los dolores de estómago, como para ser una alternativa saludable a la cerveza misma. Coincidía con esta visión el Dr. Víctor Águila, quien la consideraba una “bebida sana”.
A pesar de lo anecdótico que pudiera llegar a parecer esta relación entre el territorio de Independencia y la Dra. Eloísa Díaz, la verdad es que su figura es tan relevante como vital para entender la transformación de los barrios populares. En su compromiso social, recorrió todas las escuelas públicas de Santiago para exigir las mejoras necesarias que impidieran las enfermedades y el decaimiento de los niños, desde mejoras en las condiciones físicas, hasta un desayuno escolar.
La Dra. Eloísa Díaz, la primera mujer médica de Chile, vivió de la misma forma en que luchó. Pasó sus últimos días en una modesta pensión y falleció finalmente en 1950, con 84 años de edad, en el Hospital San Vicente de Paul, el que, casi como un legado, se encontraba ubicado en el mismo espacio que hoy alberga a la actual Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, allí donde también se forman las futuras doctoras del país.