En los medios de prensa deportiva, el Estadio Santa Laura es ampliamente reconocido como la «Catedral del fútbol chileno». El centenario Estadio Santa Laura, se ha constituido en parte de la génesis identitaria del norte de la ciudad de Santiago y elemento integral del imaginario popular deportivo de Chile.
El Santa Laura, con su característico torreón español, es sobreviviente de épocas gloriosas y se mantiene prácticamente inalterado en el tiempo, conviviendo con las viviendas circundantes; integrado a la trama urbana del Barrio Independencia, como un actor más en la ciudad. Este inmueble ha sido reconocido como un monumento y es ahora parte de la Zona Típica de las Poblaciones Obreras de la Plaza Chacabuco, gracias a una declaración del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio en enero de 2019.
Si bien el estadio ha sido principalmente conocido por albergar eventos relacionados con el fútbol, desde sus inicios los dirigentes españoles, liderados por figuras como Rosendo de Santiago, Evaristo Santos, Juan Francisco Jiménez y José Goñi, visionaron que este recinto deportivo no solo sería un lugar de encuentro para el fútbol, sino también la cuna de la colonia española en Chile. Con este propósito en mente, diseñaron diversas instalaciones deportivas dentro del estadio, que incluían campos de fútbol, canchas de tenis, canchas de baloncesto, una piscina, una cancha de pelota vasca, una pista de ciclismo y más de una decena de otras disciplinas deportivas. Todo esto se encuentra detallado en la exhaustiva investigación de José Marino titulada «Años del centenario Estadio Santa Laura».
Esta visión fundacional se ha arraigado en el ADN del estadio, que ha sido testigo de una amplia gama de expresiones que van más allá del ámbito deportivo, abarcando lo cultural, lo político e incluso lo anecdótico. Los terrenos y las instalaciones del estadio han presenciado tanto momentos de alegría y gloria deportiva como momentos de dolor y tragedia. El Estadio Santa Laura es, sin lugar a dudas, un ícono vivo de la historia y la cultura deportiva de Chile.
El drama en el Fortín Rojo
Uno de los dramáticos episodios que quedaron marcados en la historia de Santa Laura tuvo lugar en un frío martes, el 30 de agosto de 1955. Durante ese día, se disputaba un emocionante partido entre los equipos de Palestino y Magallanes. El árbitro trasandino Raúl Iglesias, después de validar un gol del equipo de la colonia árabe a los 42 minutos de juego, empezó a mostrar signos de malestar e incomodidad.
En medio del partido, en las cercanías del área de los albicelestes, Iglesias levantó sus brazos en dos ocasiones antes de desplomarse súbitamente sobre el césped del estadio. Los jugadores, llenos de preocupación, se acercaron rápidamente al árbitro, pero fue en vano. Los doctores Larach y Delk acudieron de inmediato para atenderlo, pero lamentablemente, todos los esfuerzos resultaron infructuosos, ya que se confirmó que el árbitro había perdido el pulso.
La tristeza y el pesar se apoderaron de la multitud y los dirigentes, quienes observaban con impotencia cómo el cuerpo sin vida de Iglesias era retirado en una camilla. Mientras tanto, de fondo, se escuchaba la melancólica voz del locutor del estadio anunciando la suspensión del partido, programando su reanudación para el miércoles siguiente, en el mismo horario. Este trágico incidente dejó una huella imborrable en la memoria de quienes presenciaron ese día fatídico en Santa Laura.
Raúl Orestes Iglesias Rodríguez, había nacido al otro lado de la Cordillera de Los Andes en la ciudad de Mendoza y en su natal país compartió con tantos otros la pasión por el fútbol.
Sin embargo, eventualmente, encontró su vocación en la labor de árbitro, desempeñándose tanto en Mendoza como en Buenos Aires, donde alternaba esta noble profesión con su oficio de sastre. Posteriormente, emprendió un viaje que lo llevó a ciudades como Sao Paulo y Río de Janeiro antes de establecerse en Chile, donde llevaba residiendo tres años y planeaba quedarse de manera permanente.
Las cualidades que lo caracterizaban como árbitro eran notables: poseía un fuerte carácter, una presencia sobria y una firmeza innegable al dirigir los partidos. Sin embargo, a los 39 años de edad, su prometedora carrera llegó a su abrupto final debido a un problema cardíaco. De manera casi poética, su vida se desvaneció en los campos del Estadio Santa Laura. Los jugadores, abatidos y desanimados, abandonaron la cancha en silencio. Raúl, vestido de negro, nunca más volvería a arbitrar un partido. Para él, había llegado el pitazo final, dejando un vacío irreemplazable en el mundo del fútbol.
La música y el rock casi terminan en una tragedia
Otro evento que estuvo al borde de convertirse en una tragedia ocurrió la noche del 27 de febrero de 1997. En ese momento, el estadio vivía su relanzamiento después de cinco años de ausencia de eventos culturales. Esa noche, el estadio volvía a ser escenario de espectáculos que evocaban la época de finales de los años ochenta y principios de los noventa.
La legendaria banda británica de Hard Rock, Deep Purple, hizo su debut en Chile en esa cálida noche como parte de la gira de promoción de su álbum «Purpendicular». Nuestro país fue la primera parada en el recorrido del grupo, que luego visitaría Argentina, Brasil y Perú.
El Estadio Santa Laura, repleto con una asistencia de más de 15 mil apasionados seguidores de la banda, vibraba con entusiasmo mientras la segunda canción de su álbum, «Fireball», sonaba en el escenario. Sin embargo, la emoción se tornó en tragedia cuando una torre de sonido se derrumbó debido a que un grupo de fanáticos se había trepado a ella, causando su colapso. Este lamentable incidente resultó en 44 personas heridas, quienes fueron inmediatamente trasladadas al Hospital José Joaquín Aguirre y a la Posta Central para recibir atención médica.
Lo particular del suceso es que luego de 45 minutos la banda volvió al escenario, el accidente no detuvo el show. Se evacuó a los heridos y se restableció el orden, minutos después del incidente, los músicos volvieron al escenario para concluir la función; ante la presión de los miles de espectadores. La empresa encargada de producir el evento consideró, después de consultar a la policía y a los representantes de Deep Purple, que sería más peligroso suspender la presentación que continuarla.
El boxeo en las tribunas y la despedida de un ídolo
El domingo 21 de marzo de 1948, un repleto Estadio Rojo con 17 mil espectadores se convirtió en el escenario de la despedida de un ícono del boxeo. El «respetable» tuvo la oportunidad de presenciar los últimos movimientos de un Fernandito ya desgastado, quien no logró llegar al séptimo asalto en su enfrentamiento contra el invicto campeón peruano, Alberto Frontado.
En ese memorable combate, el «Eximio» vio en vano sus esfuerzos después de visitar la lona en tres ocasiones durante el sexto round. Los golpes ponían en peligro su salud, lo que finalmente lo llevó a abandonar antes de llegar al séptimo asalto. Este triste final marcó el fin de una época de gloria para el inmigrante español, quien había llegado a estudiar al Instituto Nacional y se destacó en los torneos Interescolares de la década de los veinte, logrando ser campeón en todos los torneos juveniles y coronándose Campeón Sudamericano en el proceso.
Este mismo boxeador había forjado sus habilidades en sus primeros días en el gimnasio de Vicente Salazar, ubicado en la calle Lastra del barrio Independencia. Cada día, Fernandito realizaba el largo trayecto desde su hogar en la calle Victoria hasta el barrio norte del Mapocho, un viaje que, en muchas ocasiones, según relataba en una entrevista para la Revista Estadio, realizaba a pie.
Atrás quedaban sus momentos de gloria, cuando logró vencer en dos ocasiones al legendario Tany Loayza. Fernandito, conocido por su velocidad, reflejos agudos y hábiles gestos técnicos, características que sus oponentes temían más que su poder de golpeo, ya que intentar golpearlo sin éxito podía resultar en una humillación.
Fernandito incluso tuvo la oportunidad de pelear en el icónico Luna Park de Argentina, donde deslumbró a todos con su técnica exquisita, lo que le valió el apodo de «eximio». Más allá de los Andes, adquirió experiencia que lo llevó a Nueva York en busca de una oportunidad por el cetro mundial. Sin embargo, al igual que otros boxeadores antes que él, la guerra truncó esa oportunidad y le impidió alcanzar su sueño.
Tendría que pasar una década completa para que el boxeo regresara a los terrenos del Estadio Santa Laura. Finalmente, el 12 de diciembre de 1958, el público presenció un emocionante enfrentamiento entre el boxeador arubeño Sugar Boy Nando y el chileno Humberto Loayza. Este último llevaba consigo el prestigio de su tío, Estanislao Loayza, conocido como «el Tani», quien fue el primer púgil iquiqueño en llevar a Chile a la disputa de un título mundial, enfrentando al estadounidense Jimmy Goodrich y marcando el inicio de una serie de desafíos fatídicos y derrotas en la historia del boxeo nacional.
En aquel memorable enfrentamiento entre estos dos boxeadores, quedó patente desde el principio la destreza y la consistencia del púgil arubeño. En el cuarto asalto, sin encontrar mucha resistencia por parte del boxeador chileno, logró una victoria por KO y abandono. El cuadrilátero se ubicó en el centro del campo de juego de fútbol en esa ocasión, lo que dificultó la visión de los detalles del combate para muchos espectadores, especialmente aquellos ubicados en las localidades populares. No obstante, el público local despidió al púgil chileno entre aplausos y reconocimiento.
Tras este evento, el boxeo ya no volvió a visitar el centenario Estadio Santa Laura, marcando el inicio de una dedicación casi exclusiva al fútbol en la década de los sesenta.
Nota: Parte de este texto es una adaptación de capítulos del libro “Barrio Independencia en la cuna del fútbol chileno”. Dante Figueroa. Editorial Noche Unánime, 2020.