El conventillo ha sido descrito como lugar densamente ocupado, ubicado en los suburbios, de servicios urbanos deficientes, colmados de basura y enfermedades. Este espacio de habitación popular se expandió en las periferias santiaguinas, sobre todo entre 1850 y 1940, ante el advenimiento de nuevos habitantes a la ciudad. Gabriel Salazar indica que hacia 1900 un 40% de la población vivía en estos espacios[1], caracterizados por su deterioro, miasmas y hacinamiento. La disminución de su uso, estuvo relacionada con la declinación de la demanda legal a la vivienda para dar paso a las experiencias posteriores de tomas, campamentos y callampas.
La vida cotidiana dentro del conventillo, sucedía entre el alcohol, la fiesta y la música, conjugadas con la insalubridad y enfermedades que allí arreciaban. Sus moradores eran trabajadores, quienes se oficiaban como lustrabotas, areneros, matarifes, diareros y, en el mejor de los casos, obreros de fábrica. Las mujeres, lavanderas y costureras por su parte, trabajaban dentro del conventillo, convirtiéndolo tanto en su hogar como en su lugar de trabajo. La pequeñez de los cuartos propiciaba el encuentro de los residentes en el patio común, donde era frecuente toparse con niños jugando, lavanderas enjabonando, mujeres murmurando, entre otras escenas menos festivas que la literatura supo describir con maestría.
El de La Chimba, así como el de Estación Central y el del Matadero, alojaron la instalación de profusas habitaciones precarias: ranchos, cuartos redondos, conventillos. Paradigmático fue el barrio conocido como El Arenal, ubicado en el terreno perteneciente a las monjas del Carmen de San Rafael, en la que habría sido la Quinta de Zañartu. Sus límites eran Hornillas, Carrión, Borgoño y Cañadilla y hacia 1778 tenía 17 calles, 43 cuadras, 484 casas y 324 ranchos”.[2]

Hacia el lado poniente de la Cañadilla, frente al El Arenal, se ubicó el sector conocido como Campamento. Ambos fueron descritos como sitios misérrimos[3], sórdidos[4], plagados de “rancheríos sucios y de mala fama”[5] “donde se guarecían el hampa y la hez santiaguinas”[6].
En 1847 las monjas de San Rafael arrendaron sus terrenos a los hermanos Matías y Pastor Ovalle[7], con el fin de erigir habitaciones que tuviesen precios accesibles para obreros. Más cierto fue que, la Sociedad de Matías Ovalle – ex Intendente de Santiago, Ministro de Hacienda y diputado[8]– terminó construyendo viviendas insalubres, lucrando con la miseria y dedicándose no más que a la “especulación inmobiliaria.”[9]

En 1872 el Intendente Vicuña Mackenna denunciaba esta situación, señalando que: “Con pocas excepciones, todos esos ranchos se encuentran en un horrible estado: desplomados, rotos los techos, en hoyo, sin luz, sin aire, húmedos, rodeados de una inmundicia espantosa”[10]. Advirtió entonces la necesidad de erradicarlas y ordenó quemar los rancheríos de la ribera norte del río[11] que pertenecían, en su mayoría, a la Sociedad Ovalle Hermanos.
En este contexto y por iniciativa de Melchor Concha y Toro, Manuel José Irarrázaval y Eduardo Marín, se construye en el extremo poniente del Barrio La Chimba, la Población León XIII. Fue proyectada por el destacado arquitecto Ricardo Larraín Bravo e inaugurada en 1894[12] y sus lindes comprendían Bellavista, Melchor Concha y Toro, la actual calle Isabel Riquelme (ex Pío X) y Antonia López de Bello (ex Andrés Bello). Este conjunto habitacional se convirtió en una experiencia señera, en tanto fue la primera población pensada en dar a los obreros una vivienda digna e higiénica, iniciativa que sería replicada ulteriormente con la Población Modelo de Huemul (1911) y la Población San Eugenio (1933), entre otras.

En contraste con el promisorio sector oriente, el área poniente de La Chimba parecía seguir a la merced de empresarios usureros e inescrupulosos, quienes continuaban, sin fiscalización, construyendo viviendas antihigiénicas a su antojo. Así lo denunciaba en 1900, un periodista del diario El Porvenir:
“En la misma Cañadilla se está construyendo un conventillo. La tierra del sitio en que se levanta el conventillo ha sido extraída en grandes cantidades para hacer adobes, ha sido necesario pues rellenar terraplenes…pues bien, el relleno se ha hecho con desperdicios de cervecería, de caballerizas y sobre todo, esto parece un verdadero poema de horror, con desperdicios del hospital San Vicente, con algodones usados para úlceras y otras llagas con fajas, trapos sucios e infectados. Sobre estas murallas se levantarían los futuros cuartos de conventillos”[13]
A comienzos del siglo XX, el Estado debió materializar soluciones al problema de hacinamiento e insalubridad que arreciaba las periferias santiaguinas. En 1906 se promulga Ley de Habitación Obrera y con ella, surgían los Consejos de Habitación que tenían por objeto construir viviendas populares dignas, amplias e higiénicas. A pesar de la construcción de la Población León XIII y de la promulgación de leyes, las condiciones en La Chimba parecían no mejorar demasiado. En 1907, por una epidemia de peste bubónica, se desinfectaron 94 conventillos en las calles Maruri, Prieto, Lastra, Escanilla, López, Rivera y Picarte[14] y en 1912 se constata la existencia de 1.574 conventillos sólo entre Independencia, Vivaceta, el Hipódromo y el Río Mapocho[15].

Años más tarde, fueron los escritores quienes retrataron la intensa vida del conventillo. Dos obras relevantes de la narrativa chilena sitúan sus historias en La Chimba: “Barrio Bravo” de Luis Cornejo y “La viuda del conventillo” de Alberto Romero. El primero de ellos narra la historia del conventillo mapochino Las Delicias, donde reside La Cuatro Dientes, lavandera que
“parece no conocer el cansancio. En un rato, lavó un montón de paños, sacó el corcho del desaguadero y un potente chorro de agua sucia desapareció por la acequia a tajo abierto por en medio del conventillo para ir a desembocar a la calle”[16].

El segundo, cuenta la vida de Eufrasia, mujer popular y trabajadora que tras un violento desalojo llega a vivir a calle Independencia con su pequeña hija y su conviviente. En un comienzo, su estadía en el barrio es promisorio: “de alba, escuchando el traqueteo de la gente trabajadora, experimentaba un placer grande”[17], pero pronto experimentaría allí la violencia, el hostigamiento y la vejación. Se refrenda la idea el conventillo como un lugar dual, contradictorio: allí convive el aspecto más festivo y celebratorio de la sociabilidad popular, con el más lúgubre y ruinoso.
[1] Gabriel Salazar. Labradores, peones, proletarios. Santiago: LOM, 2000, p. 259
[2] Diego Barros Arana, Historia Jeneral de Chile. Tomo VII, Santiago: Ed. Rafael Jover, 1886, p. 456
[3] Carlos Lavín, La Chimba (Del viejo Santiago) , Santiago: Ed. Zig-Zag, 1946. p. 46
[4] René León Echaíz, Historia de Santiago, Curicó: Eds. Nuevenoventa, 2017, p. 464
[5] Ibid.
[6] Carlos Lavín, op. cit., p. 46
[7] René León Echaíz, op. cit, p. 464
[8] Armando de Ramón, Santiago de Chile 1541- 1991 Historia de una sociedad urbana, Santiago: Ed. Sudamericana, 2000, p. 144
[9] Simón Castillo, El Río Mapocho y sus riberas. Espacio público e intervención urbana en Santiago de Chile (1885- 1918), Santiago: Ed. Universidad Alberto Hurtado, 2014, cap. 3
[10] Ibid., p. 36
[11] Benjamín Vicuña Mackenna, La transformación de Santiago. Notas e indicaciones respetuosamente sometidas a la Ilustre Municipalidad, al Supremo Gobierno y al Congreso Nacional, por el Intendente de Santiago, Santiago: Imp. De la Librería del Mercurio, 1872, p. 34
[12] María Inés Arribas, Población León XIII. Pasado y presente, Santiago: Consejo de Monumentos Nacionales, 1998, p. 11
[13] Diario El Porvenir, 5 de abril de 1900, p. 3 citado en Isabel Torres, “Los conventillos en Santiago. 1900- 1930), Revista Cuadernos de Historia, Departamento de Ciencias Históricas Universidad de Chile, Santiago, 1986, p. 77
[14] Armando de Ramón, “Estudio de una periferia urbana. Santiago de Chile, 1850-1900”, Revista Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, Instituto de Historia. Santiago, 1985, p. 277
[15] Isabel Torres, “Los conventillos en Santiago. 1900- 1930”, Departamento de Ciencias Históricas Universidad de Chile, Revista Cuadernos de Historia, N°6, Santiago 1986, p. 70
[16] Luis Cornejo, Barrio Bravo, Santiago: Ed. Arancibia Hnos., 1965, p. 25
[17] Alberto Romero, La viuda del conventillo, Buenos Aires: Ed. Biblos, 1930, p. 207