EL SILENCIO DESPUÉS Y LA HUELLA DE LA LUZ: LA MEMORIA COMO HILO CONDUCTOR DE LAS NUEVAS EXPOSICIONES EN LA BIBLIOTECA DE INDEPENDENCIA

En junio se inauguran dos nuevas exhibiciones las que, aunque creadas por distintos artistas y desde lenguajes visuales muy diferentes, nacen de la exploración autobiográfica y se articulan en torno a la memoria, entendida como una experiencia afectiva y fragmentaria.

El álbum familiar se toma como punto de partida para la construcción de El silencio después, obra que se configura a través de un diálogo entre los artefactos textiles de Paulina Olguín y las reproducciones pictóricas de Ricardo Donoso. Mientras tanto, en La huella de la luz, la fotografía de Emilio Romero opera como un diario de vida en blanco y negro, una libreta de apuntes donde el autor captura el espíritu de sus afectos en forma de retratos, paisajes y objetos.

En ambos proyectos expositivos se despliega una poética de lo cotidiano y un espacio de memoria colectiva, abierta a la subjetividad de las interpretaciones detonadas por la activación de los recuerdos de quien observa. El recientemente fallecido historiador francés Pierre Nora (1931-2025) llamaba a estos cruces «lugares de memoria»: espacios especiales —a veces reales, otras veces simbólicos— que nos hacen recordar, aunque no todos recordemos lo mismo.

La inauguración se realizará el miércoles 18 de junio a las 19:00 horas en la Biblioteca Pública de Independencia, y contará con la presencia de los artistas, seguida de un cóctel de bienvenida. Ambas muestras podrán visitarse hasta el 31 de julio, ofreciendo un espacio para quienes deseen detenerse a contemplar aquello que emerge entre hilos, imágenes y fragmentos de tiempo.

In-vestidura / Bordado con canas en lino (2019), Paulina Olguín + Los Donoso / Óleo sobre tela (2028), Ricardo Donoso

El silencio después

Paulina Olguín y Ricardo Donoso se conocieron en la Universidad de Chile en 2005, mientras realizaban sus estudios de ciclo básico en Artes Visuales. Aunque sus caminos académicos se separaron y no lograron egresar juntos, mantuvieron una amistad que, con el tiempo, derivó en una colaboración artística sostenida por intereses compartidos: «la revisión de la propia biografía, el trabajo con las memorias y la necesidad de insertarse en el mundo laboral, generando espacios colaborativos para posible venta y exhibición de obra”, según relata Paulina Olguín.

“Nos dimos cuenta de que ambos estábamos trabajando con el álbum familiar heredado y objetos y materias que contenían mucho tiempo, y de ahí surgió el cruce y la posibilidad de generar esta propuesta llamada El silencio después”, recuerda Donoso. Desde lenguajes muy distintos —el textil y la pintura—, este ejercicio bipersonal se articula desde el cruce de dos proyectos independientes que han ido evolucionando y transformándose desde que fueran expuestos por primera vez, en el 2018.

Olguín comenzó a trabajar con bordado en pelo humano tras un episodio de salud que le imposibilitó moverse durante un tiempo. Esa pausa obligada la llevó a reconectarse con sus recuerdos de infancia y a cuestionarse su propio lugar como artista. “Buscaba entender porqué había estudiado arte, viniendo de una familia en la cual nunca se pensó en el arte como una actividad laboral o como una posibilidad profesional, sino que era algo loco, más bien descabellado”.

El bordado con cabello humano encuentra su origen en una práctica milenaria de las bordadoras chinas, quienes ofrecían una parte de sí mismas al crear la obra. Se trata de un gesto cargado de intimidad y laboriosidad, que nos conecta con la corporalidad y reinterpreta desde lo íntimo la imagen de lo público. Para Olguín “descubrir que había otras formas de hacer autorretrato” fue fundamental para volver a conectar con su pulsión artística “porque el pelo humano implica muchas cosas en términos técnicos, simbólicos y afectivos: es hilo, es huella, es contenedor de información genética”, explica.

Donoso, por su parte, trabaja desde la pintura con imágenes que provienen de álbumes antiguos, a partir de las cuales genera nuevas escenas abiertas a múltiples interpretaciones, cargadas de capas que evocan tanto la pérdida como la permanencia. En esta versión de El silencio después, la mayoría de sus obras son inéditas y responden a una etapa vital distinta. “Aquí, en este camino, hemos perdido gente; se han sumado los hijos para ella (Paulina) y para mí… entonces es una muestra que va mutando”, señala. “Es como un cadáver exquisito”, agrega Olguín, “siempre está modificándose, adaptándose a los espacios y siendo testigo de nuestra evolución como artistas”.

Fotografías análogas, 35mm y formato medio, impresa a mano en gelatina de plata sobre soporte de papel baritado y resina plástica. La huella de la luz / Emilio Romero

La huella de la luz

En un tiempo marcado por la inmediatez digital, la obra de Emilio Romero reivindica la fotografía analógica como un acto reflexivo, donde cada copia impresa cobra valor no solo por lo que muestra, sino por el modo en que fue hecha.

A través de imágenes tomadas en distintos momentos de su vida, La huella de la luz se construye como una bitácora personal, un lugar de memoria que explora la tensión entre lo efímero y lo duradero. “Es una obra súper íntima, hay harto retrato y también momentos que tienen que ver con gente que ya no está, y gente que todavía permanece”, explica.

El proyecto fue realizado con distintas cámaras, entre ellas una Nikon, una Leica de 35 mm y una Hasselblad de formato medio con 12 fotos por rollo. Sus copias en blanco y negro fueron reveladas en papel baritado y papel de resina para impresiones en gelatina de plata, materiales que resisten la degradación y permiten preservar la imagen durante muchos años.

Para Romero, esta elección técnica no es meramente estética, sino una forma de dar consistencia al tiempo y a la singularidad de cada imagen. “Cada copia se trabaja de manera individual, es muy difícil replicarla, y eso aporta un nivel de complejidad distinto al de la impresión digital”, argumenta el artista visual y también arquitecto, defendiendo el carácter matérico, único y pausado del proceso analógico.

Su aproximación al acto fotográfico está profundamente mediada por la cámara que utiliza. Mientras el formato de la Hasselblad propicia una mirada más calma y selectiva, el 35 mm le permite una captura más instantánea. Pero sea cual sea la cámara, lo fundamental es la espontaneidad que se permite al llevarla siempre consigo, sin esconderla ni forzar la toma. “Puede ser una junta familiar, una salida al cerro con los amigos, hasta prepararse para ir a tomar una foto y hacer una sesión. En general, mi aproximación es desde andar con la cámara todo el rato y, aunque use la Hasselblad, intento que no sea todo tan preparado, sino que el retrato sea de la cotidianidad misma, la mía por lo menos”, concluye.

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